lunes, 28 de noviembre de 2011

El Elefante y La Hormiga

El Elefante se acercó a la orilla del río y se disponía a cruzarlo cuando una dulce voz femenina lo distrajo.

“Disculpame” dijo esa voz “¿Podrías ayudarme a cruzar?”

Al bajar la vista en dirección al origen de esa voz, el Elefante vio que la misma procedía de la hormiga más hermosa que él recordara haber visto jamás. Teniendo en cuenta lo prodigioso de la memoria de los paquidermos, eso es decir mucho.


Tal vez fuera la belleza de esta formícida, tal vez su aspecto indefenso y desvalido. Tal vez la voz, suave y armoniosa. Sea como fuere, esta desconcertante aparición lo había atravesado en lo más hondo de su ser. Se le aceleró el pulso, se le secó la boca, y sintió que mariposas revoloteaban en su estómago. Procuró recomponerse.

“Seguro, no hay problema” repuso “subite a mi espalda.”

Un escalofrío lo recorrío mientras la Hormiga se desplazaba con movimientos gráciles y sutiles rumbo a la parte más alta de su espalda. Empezó a avanzar rumbo a la orilla, con suavidad para no perturbar a su inquietante pasajera. Si se hubiera encontrado dentro de un bazar, no habría sabido moverse con tal precaución. Vadeó la orilla buscando un sitio en el cual el lecho del río fuera lo suficientemente estable para soportar el peso combinado de ambos.

El cruce evidentemente era una experiencia nueva para la Hormiga. Temerosa, se aferró con fuerza al lomo del Elefante. Él cerró los ojos y buscó ignorar la sensación que crecía en su interior. Continuó cruzando.

Al llegar a la otra orilla, el silencio reinó mientras ella descendía. El Elefante buscaba algo para decir, para no quedar como un tonto, pero no encontraba palabras. Entonces ella dijo:

“¡Muchas gracias! La verdad, de no ser por vos, no sé qué habría hecho.”

“No hay problema” respondió él, intentando parecer natural. “Si no nos ayudamos entre nosotros…”

Y emprendió la marcha, maldiciéndose a sí mismo por no haber tenido el coraje de… ¿De qué? No sabía qué pensar, no sabía qué sentía en ese momento, pero sabía que ya no podría vivir consigo mismo después de haberse batido en retirada de esa forma.

Se había alejado unos metros nada más, cuando la Hormiga habló.

“¡Esperá!” dijo “¡No te vayas!”

“¿Sí?” preguntó él dándose vuelta “¿Qué pasa?”

“¿No me vas a coger?”

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